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jueves, 26 de enero de 2012

A título personal: Y al final ¿Qué queda?


Yo llegue sin saber bien a qué, sin saber qué esperar, pero convencido de que ahora sí iba en serio. La prensa hablaba del movimiento internacional y de una u otra manera todos nos sentíamos parte de ese nuevo tiempo que empezaba a asomar por todos lados. La primera semana fue confusa y rápida. De manera caótica empezaron a aparecer prototipos de lo que cada uno quería hacer. Cada quien jalaba para su lado, pero al mismo tiempo íbamos confluyendo en burdos y sinuosos cuerpos. La asamblea, que crecía rápida y constantemente, prometía constituirse en expresión de la indignación popular. El viernes, al volver de la radio, me vi, junto con muchos otros, convencido de que estábamos haciendo la revolución.

Empezaron a aparecer los grandes temas: democracia participativa, economía solidaria, reapropiación del espacio público; grandes espacios para la reflexión colectiva, dentro de los cuales nadie sabia como moverse. Lo hicimos a tientas. El resultado: mucho ruido y pocas nueces. Aunque cabe decir que hoy son causas que uno siente más cerquita, a las que uno vuelve constantemente durante el insomnio. Incluso creo que les tomé cariño.

El tiempo se estancó sobre nosotros. Tanto la basura como el cansancio comenzaban a acumularse en los rincones de la acampada. Algunos empezaban a desesperar. Las discusiones sobre cómo habríamos de proceder se repetían, idénticas, en cada asamblea. Unos, urgidos de un punto al cual anclarse, clamaban por demandas concretas que enarbolar. Otros nos inclinábamos por abandonar el sistema, olvidarnos de las demandas y centrarnos en construir alternativas. Durante el fuego cruzado, surgió una idea que nadie mantenía, pero que a fuerza de diarios e idénticos malentendidos acabo quedándose, suspendida en el aire, atormentándonos. Esta idea era que no teníamos objetivos, y con ella acabó de inmovilizarse el tiempo. Algunos comenzaron a irse. Por esos días, alguien propuso levantar la acampada y buscar otra forma de trabajo. Quizá, de haberlo hecho, todo  hubiera sido diferente, y la fuerza vital que existía en ese momento se hubiera mantenido. O quizá fue al revés, y el enojo ante esa propuesta, mal planteada y en mal momento, fue lo que evitó que se discutiera sobre el asunto, lo que nos condujo a quedarnos empecinadamente hasta que no hubiera otro remedio. No importa, esas cosas pasan y perduran grabadas en la memoria colectiva. Son circunstancias que se transforman en referencias, en sentimientos, casi en instintos. El asunto es que nos quedamos.

Y entonces, comenzó el agotamiento. Perdidos en la elaboración de modelos organizativos y eternos manifiestos, el trabajo político se fue desvaneciendo. Parecía como si todo aquello se tratara de aguantar, de no perder una lucha inexistente; la resistencia que resiste sin mayor afán que resistir.

Fue entonces que levanté mi tienda. Me enfoqué a trabajar en la formación de este grupo de trabajo y me alejé de la dinámica interna de la acampada. Para entonces, ya eran muchos los que se habían ido. No fue sino hasta su última semana que, más por las condiciones del momento que por gusto propio, volví a asomarme a ese mundo, esa burbuja que se alzaba, absurda al observador externo, en el kiosco de Coyoacán.

Si uno mira para atrás es claro que no fue, ni pudo haber sido, lo que esperábamos. Ni hicimos la revolución ni desestabilizamos al sistema. No surgió ninguna red de economía alternativa ni el ejercicio democrático asambleario logró ser verdaderamente plural e incluyente. Sin embargo, bien mirado, se lograron muchas cosas. Tocqueville decía que existen lazos invisibles que unen un siglo con otro, y sin duda estas continuidades se dieron al interior de la acampada. Globos de Cantoya, talleres de gises y meditación, discusiones publicas y mesas de debates, bandas que compartieron, en el kiosco de Coyoacán, su primera tocada con el famosísimo Mastuerzo fueron construyendo un movimiento político cultural que hoy se integra al Frente por la Plaza (una plaza que por cierto, nunca volverá a sernos la misma). La interacción diaria, la participación en discusiones y pláticas de café, las relaciones con  terceros, revelaron afinidades profundas que difícilmente hubiéramos descubierto en otro lado, permitiendo la formación de varios colectivos que hoy incluso pretenden constituir un foro de proyectos. Mal que bien se formaron redes, se compartieron contactos e información, que cada uno aprovechará en distintos momentos. Se construyeron experiencias e historias, relaciones humanas, emotivas, cariñosas.

No quiero sonar optimista ni conformista. Esto es lo que hoy arroja la acampada, mucho menos de lo que llegué a esperar y mucho más de lo que tenía antes. Ahora, sólo queda descubrir qué cosas son reales y cuáles se fueron junto con las tiendas.

                                                                                  Gregorio Thompson X.


[Lo consignado en esta columna no refleja necesariamente la posición de la totalidad de los integrantes del GTX-ININ, mas sí su voluntad de abrir la discusión y dejar memoria escrita de la experiencia en la movilización]

1 comentario:

  1. Me gusta el balance porque dista de ser autocomplaciente y testimonia que el desencanto fue una experiencia real de los acampantes. Sobre éste cabe preguntarse, ¿es causado porque el campamento fue mucho menos de lo que podía haber sido o porque esperábamos mucho más de lo que podía ser? En otras palabras, ¿hicimos mal el campamento o hicimos mal en tener tantas expectativas? Tal vez parte de la experiencia política ganada se cifre en un desarrollo de la paciencia. Para “triunfar” no sólo era cuestión de agilizar las asambleas, trazar objetivos realistas, operativizar las mociones, desarrollar propuestas políticas concretas, discutir con la gente, vincularse con otros sectores y llevar la logística de un campamento. Creo que a ello hay que agregar la certeza de que, para que todo lo anterior salga bien, hace falta tiempo. Es normal que, tan pronto se presenten las primeras dificultades reales, las cosas salgan mal porque no hay una práctica que ayude a resolverlas. También es normal que muchos desesperen en estas fases y se alejen, aburridos o desencantados. Tal vez si los más pacientes hubiéramos encontrado formas de mantener el interés de los más desesperados, tal vez si los menos pacientes se hubieran quedado a hacer de la Acampada lo que esperaban en lugar de irse tan pronto vieron sus expectativas defraudadas, tal vez… Habrá que seguir pensando.

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